martes, 23 de diciembre de 2014

LA FIESTA


Cuento:

“El que no está en la lista no va a entrar”. Esta es la frase que resume todo el recorrido infortunado de la noche de viernes.

Todavía el sol ardía con fuerza sobre la estación de Burzaco. Eran las siete de la tarde y Walter esperaba paciente el tren que lo llevaría hacia el centro de la ciudad. En condiciones normales estimaba que en dos horas llegaría a la casa de Alan en Villa Urquiza. En el andén contrario la gente parapetada ansiaba volver a sus hogares y comenzar a disfrutar del fin de semana que estaba comenzando. En cambio Walter quería que esa noche de viernes se convirtiera en una despedida de año descomunal. La fiesta de la empresa era el motivo perfecto para lograr tal aspiración.

Tenía planeado reunirse con sus amigos y de allí salir todos juntos hacia el lugar donde se realizaba la fiesta. El horario pautado era a las nueve de la noche en el centro operativo de Alan. Walter llegó puntual. El siguiente en llegar fue Joaquín. Cinco minutos más tarde cayó Mario, traía el casco en sus manos dado que había llegado hasta allí en moto. Los últimos en sumarse fueron Zacarías y Nicolás, que venían desde la zona de Boedo en el auto de Zacarías.

–Vamos a buscar dos taxis y nos dividimos.Tres en cada auto. –Añadió Alan.
–Hasta San Isidro tendrán que pagar el viaje de ida y vuelta. –Era el primer taxi que intentaban tomar.
–No, gracias. Vamos a buscar otro.

Jamás habían escuchado que un taxi les pidiera pagar pasaje doble por el sólo hecho de salir de Capital hacia Provincia. El evento tenía lugar en el Hipódromo de San Isidro. Para su sorpresa, en sucesivos intentos fueron recibiendo el mismo tipo de indicación.

Finalmente Walter encontró un vehículo que sólo les cobraba un porcentaje sobre el importe total. Puede decirse que este fue el primer obstáculo que tuvieron que sortear.
El recorrido no tuvo mayores sobresaltos que pudieran tornar la distancia como un impedimento. En el primer coche estaban Nicolás, Walter y Joaquín. En el segundo iban Zacarías, Alan y Mario.

En la puerta del Hipódromo los espera Fernando. Éste había llegado conduciendo su propio auto.

Cada uno tenía su correspondiente entrada. No estaban de improvisto en ese lugar, pero es cierto que sabían que no estaban inscriptos como invitados, ya que trabajaban para esa empresa pero de forma tercerizada. No habían planeado ninguna coartada previa para resolver a la hora de ingresar a la fiesta. Esto fue lo que complicó todo.

La entrada del lugar tenía una escalera amplia de color blanco. En los primeros peldaños se encontraban dos personas de seguridad vestidos con el uniforme correspondiente. Estos cumplían el primer filtro y controlaban que ninguna persona ingresara equivocadamente. Ellos preguntaron, ¿A qué evento vienen, señores? Al evento de la empresa C, contestó alguno, y mostraron sus entradas. Entonces los dejaron continuar.

Luego de las escaleras aparecía un hall de entrada, donde se encontraba una especie de atrio con dos mujeres haciendo las veces de recepción.
Alan era el primero de la fila. Lo seguían Fernando y Mario.
–Nombre y apellido, por favor. –Vociferó una de las recepcionistas del lugar.
–Santiago Vlansa. –Fue el primer nombre que se le vino a la cabeza a Mario cuando vio que los demás estaban teniendo complicaciones para ingresar. Había escuchado que le dijeron a Alan, mitad en broma y mitad enserio que no iba a entrar. Entonces creyó que ese nombre se encontraría en la lista de invitados, pero no fue así.
–¿Santiago cuánto? –Volvió a preguntar la recepcionista, mirando la hoja que tenía en sus manos.
–Vlansa. Con “v corta” y “s”.
–Disculpame pero no estás anotado… de todas maneras pasá igual.

Nicolás estuvo rápido e indicó el apellido de una persona que seguro estaría en la lista.
–García.
–¿Y el nombre?
–Alberto.
–Muy bien, adelante Alberto.

Uno a uno fue ingresando. Los últimos que quedaban eran Zacarías, Joaquín y Walter.
Zacarías y Joaquín dijeron sus nombres reales a las personas de la recepción. Dado que estaban ausentes en la lista, comenzó a formarse un pequeño alboroto en el ingreso. En ese instante se acercaron dos hombres y por detrás una mujer vomitando prepotencia. Al ver que estos no estaban anotados, comenzó a aullar: el que no está en la lista no entra. Era una mujer visiblemente dotada de unos pechos de grandes dimensiones. En lugar de darle el brutal apodo de Adelaida, estuvieron de acuerdo en llamarla la tetona.

Ante tal avasallamiento Zacarías y Joaquín tuvieron que separarse de la fila y resignarse a un costado. En ese momento la tetona divisó la presencia de Walter, y sin tapujos lo señaló y chilló como una loba sedienta de fluidos corporales: A vos si te conozco, vos sí podés pasar, dale entrá.Walter entró caminando lentamente, casi con vergüenza por la escena que estaba presenciando. Dos de sus amigos no pudieron si quiera asomar un pie en el lugar, y a él lo hacían entrar inmediatamente sin pretextos.
Ser rubio y tener ojos claros te brinda beneficios muchas veces impensables, fue lo que pensó Joaquín al ver lo que acababa de ocurrir.

Atiborrado de bronca Alan se paró al lado de la tetona y cruzándose de brazos comenzó a decir: yo tampoco estoy en la lista y sin embargo pude entrar sin dificultades. Esto hizo enardecer mucho más a la tetona. Por lo que hizo llamar a uno de sus guardas y le pidió que le retirasen la pulsera que Alan tenía puesta. Esta pulsera había sido dada en el ingreso. A lo que Alan dijo, no hace falta, me la saco yo mismo. Tomá, acá la tenés.

Lo peor de todo era que la persona de seguridad había visto cientos de veces ingresar a Alan en la empresa. Pero en esta ocasión hacía la vista gorda.
Los tres rezagados tuvieron que alejarse unos metros de la entrada, a la vista de todos los que estaban ingresando. Fueron tratados como tres pordioseros que buscaban meterse en una propiedad privada.

–¿Te fijas si hay alguien que pueda hacernos entrar? –Fue lo que Alan le indicó a Walter por celular.
–Estoy en eso. Dejame que busco a alguien de peso para que resuelva este quilombo.

Se ilusionaron al ver a Walter acercándose con Matías, uno de los gerentes del área de sistemas. Desde lejos veían cómo la tetona con aires de superioridad prepoteaba a Matías, y éste se dejaba intimidar.Finalmente, el de mayor cargo, sólo atinó a encogerse de hombros y simplemente decir, sí, tenés razón.

Rendidos y sin esperanzas, agacharon la cabeza y se fueron mascullando inútiles insultos.El resto del grupo de amigos estaba adentro buscando la forma de que pudieran entrar. Pero cada intento fue inútil para lograrlo.

–Tengo una bronca bárbara viejo, nunca en mi vida me pasó algo así.
–Ya está, vámonos a otro lado.
–Es cierto, la noche recién empieza. No nos vamos a amargar por esto.
–Armaría bardo en este mismo momento, pero no tiene sentido porque el lunes hay que volver al laburo y tal vez se pudre todo.

Los tres bajaron las escaleras que conducían a la salida, y cruzaron la calle.Parados en la tierra esperaban al resto de sus amigos. Zacarías encendió un cigarrillo, fumaba y hablaba por teléfono con Fernando, quien le decía que entraran, que esta vez los dejarían pasar, que la tetona ya no estaba en la puerta.

Sin embargo en ese momento Joaquín vio desde enfrente cómo un petiso se acercaba hacia las personas de seguridad y mirándolos a ellos tres gesticulaba haciendo entender que esos que estaban parados sobre la tierra no tenían el ingreso permitido.

Los que estaban adentro salieron de la fiesta masticando impotencia y sobriedad. Alguien alcanzó a decir, jamás imaginé que saldría de esta fiesta sin un mínimo rastro de inconsciencia.
Otro comentó: –Les digo la verdad, no se perdieron de nada. La comida estaba rancia, no había nada para tomar, y las minas, para qué les voy a contar, ni una sola linda.
Entre todos se cruzaron miradas cómplices y largaron carcajadas al aire.

Caminaron hasta la entrada principal del Hipódromo, mientras seguían discutiendo cómo pudo pasar todo, no le encontraban explicación.
Llamaron a dos taxis y emprendieron el regreso a Villa Urquiza. Fernando retornó a su casa en su auto, y el resto se ubicó en cada uno de los taxis en el mismo orden en que habían llegado.La idea era ir a un bar a tomar unas cervezas y a comer algo. Alan indicó un lugar llamado Plan B, lugar que conocía bien por haber ido muchas veces.

Llegaron al lugar con zozobra, y vieron ante sus narices las puertas cerradas. ¡Qué clase de bar lleva el nombre de “Plan B” y se da el lujo de cerrar un viernes por la noche!

–Muchachos no caigamos en un pesimismo absoluto. Yo conozco un lugar en Colegiales, se llama Alimme. Vamos para allá que la rompemos. –Dijo Zacarías.

Estuvieron todos de acuerdo en ir a ese sitio. Mario se puso el casco y subió a su moto. El resto se trasladó en el auto de Zacarías. Casi llegando al lugar, notaron que todas las luces de la zona estaban apagadas, toda la cuadra era una oscuridad imperiosa. Siguieron andando por las penumbras de ese barrio, en la cuadra siguiente precisamente quedaba el bar Alimme. Por supuesto tenía todas sus luces extintas y la gente parapetada en la puerta sin poder entrar. Volvieron a mirarse entre todos y largaron risotadas desbordadas.

Alguno llegó a decir: –Esta es la señal de que deberíamos resignarnos y concluir la noche acá. Ya está muchachos, cada uno a su casa.

–Yo no pienso rendirme, sigamos buscando otro lugar. –Dijo Alan.
–Está bien, sigamos buscando. Además tengo tanta hambre que me caigo redondo. –Acotó Joaquín.

Anduvieron recorriendo un par de vueltas más, hasta que finalmente dieron en el lugar indicado. Un bar de medio pelo, pero con luz, mesas libres y cerveza fría.

–Te pido dos cervezas. –Soltó Walter.
–Sólo tengo cerveza Quilmes. –El mozo del local era un tipo bajito de voz grave.
–No hay drama, a esta altura podemos tomar cualquier cosa.
–Muy bien, ya se las traigo.

Alan, que podía ver hacia la cocina, comentó: Miren al cocinero, ese tipo seguro nos pone algo adentro de la comida, tiene una cara muy extraña.
Cuando el mozo se acercó alcanzando los vasos, dijo: disculpen que les traiga estos vasos, son los únicos que tengo.

–Es lo de menos, podemos tomar hasta en vasos de cartón.

En ese momento Walter le pidió al mozo dos pizzas de muzzarela.
–No me van a creer, acabo de apagar el horno. Como sólo me pidieron cerveza pensé que no iban a comer. –El mozo bajito hablaba y sus interlocutores no sabían si hablaba en serio o en broma.

–¿De verdad apagaste el horno?
–Si, les pido mil disculpas.

Levantando un poco la cabeza Nicolás pudo ver que en la esquina de enfrente había una pizzería y propuso que fueran allí.

            –No te calentés, seguro está cerrado.
            –O peor aún, lo habrá clausurado Bromatología mientras nosotros estamos hablando.
            –No me importa, tengo un hambre que no puedo más. –Era la voz de Walter.– ¿Quién me acompaña a ver si está abierto el lugar?

Se levantó Alan y cruzaron enfrente.

           –¿Por qué hay tanta agua en la vereda, Alan?
           –No sé, tal vez se rompió un caño.
           –Me parece que no, che.

A medida que se fueron acercando, pudieron entender lo que estaba pasando.

           –¡Están baldeando la vereda!
           –Chicos, ya está cerrado. –Era una persona del local.

Volvieron donde estaban los demás. Precisamente al lado había otro bar y no dudaron en ir allí. Tomaron apresuradamente las cervezas. Mario pidió hacer fondo blanco. Se levantaron, Walter pagó y se fueron al bar de al lado.
Este lugar estaba mejor ambientado que el anterior. Se sentaron y al instante se acercó una moza un poco rellena. Lo primero que hicieron fue pedir dos cervezas y dos pizzas. La comida no tardó en llegar y comieron con fruición. Luego pidieron dos cervezas más y así fue como la noche fue cambiando de rumbo.

Cansados de tanto yirar, decidieron que ya era hora que cada uno volviera a su casa. Zacarías llevó primero a Alan, luego acercó a Joaquín, después llevó a Walter hasta la parada del colectivo 160. Por último acercó a Nicolás que vivía muy cerca de su casa.

Walter esperó largo rato el colectivo. Era de madrugada. Cuando pudo subir, supo que le esperaba un largo trecho.Ya cerca de las seis de la mañana, la lluvia llegó para limpiar todas las impurezas aprisionadas. Apenas terminó de bajar los pocos escalones que separaban el colectivo de la vereda, el cielo lanzó con furia gotas cristalinas. Intentó correr, apurarse y llegar a su casa tal vez sin mojarse demasiado. Corrió a lo largo de cinco cuadras. Pero el destino no estaba de su lado, se empapó totalmente y fue así como se desprendió de todo lo negativo. Adiós cansancio, adiós sueño, adiós desventura. Entró en su casa. Eran las seis y cuarto de la mañana. El sol volvió a salir y todo volvió a ser como antes.


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