“El que no está en la lista no va a entrar”. Esta es la frase
que resume todo el recorrido infortunado de la noche de viernes.
Todavía el sol ardía con fuerza sobre la estación de
Burzaco. Eran las siete de la tarde y Walter esperaba paciente el tren que lo
llevaría hacia el centro de la ciudad. En condiciones normales estimaba que en
dos horas llegaría a la casa de Alan en Villa Urquiza. En el andén contrario la
gente parapetada ansiaba volver a sus hogares y comenzar a disfrutar del fin de
semana que estaba comenzando. En cambio Walter quería que esa noche de viernes
se convirtiera en una despedida de año descomunal. La fiesta de la empresa era
el motivo perfecto para lograr tal aspiración.
Tenía planeado reunirse con sus amigos y de allí salir todos
juntos hacia el lugar donde se realizaba la fiesta. El horario pautado era a
las nueve de la noche en el centro operativo de Alan. Walter llegó puntual. El
siguiente en llegar fue Joaquín. Cinco minutos más tarde cayó Mario, traía el casco en sus manos dado que había llegado hasta allí en moto. Los últimos en
sumarse fueron Zacarías y Nicolás, que venían desde la zona de Boedo en el auto
de Zacarías.
–Vamos a buscar dos taxis y nos
dividimos.Tres en cada auto. –Añadió Alan.
–Hasta San Isidro tendrán que
pagar el viaje de ida y vuelta. –Era el primer taxi que intentaban tomar.
–No, gracias. Vamos a buscar
otro.
Jamás habían escuchado que un taxi les pidiera pagar pasaje
doble por el sólo hecho de salir de Capital hacia Provincia. El evento tenía
lugar en el Hipódromo de San Isidro. Para su sorpresa, en sucesivos intentos
fueron recibiendo el mismo tipo de indicación.
Finalmente Walter encontró un vehículo que sólo les cobraba
un porcentaje sobre el importe total. Puede decirse que este fue el primer
obstáculo que tuvieron que sortear.
El recorrido no tuvo mayores sobresaltos que pudieran tornar
la distancia como un impedimento. En el primer coche estaban Nicolás, Walter y
Joaquín. En el segundo iban Zacarías, Alan y Mario.
En la puerta del Hipódromo los espera Fernando. Éste había
llegado conduciendo su propio auto.
Cada uno tenía su correspondiente entrada. No estaban de
improvisto en ese lugar, pero es cierto que sabían que no estaban inscriptos
como invitados, ya que trabajaban para esa empresa pero de forma
tercerizada. No habían planeado ninguna coartada previa para resolver a la hora
de ingresar a la fiesta. Esto fue lo que complicó todo.
La entrada del lugar tenía una escalera amplia de color
blanco. En los primeros peldaños se encontraban dos personas de seguridad
vestidos con el uniforme correspondiente. Estos cumplían el primer filtro y
controlaban que ninguna persona ingresara equivocadamente. Ellos preguntaron, ¿A
qué evento vienen, señores? Al evento de la empresa C, contestó alguno, y
mostraron sus entradas. Entonces los dejaron continuar.
Luego de las escaleras aparecía un hall de entrada, donde se
encontraba una especie de atrio con dos mujeres haciendo las veces de
recepción.
Alan era el primero de la fila. Lo seguían Fernando y Mario.
–Nombre y apellido, por favor. –Vociferó
una de las recepcionistas del lugar.
–Santiago Vlansa. –Fue el primer
nombre que se le vino a la cabeza a Mario cuando vio que los demás estaban
teniendo complicaciones para ingresar. Había escuchado que le dijeron a Alan,
mitad en broma y mitad enserio que no iba a entrar. Entonces creyó que ese
nombre se encontraría en la lista de invitados, pero no fue así.
–¿Santiago cuánto? –Volvió a
preguntar la recepcionista, mirando la hoja que tenía en sus manos.
–Vlansa. Con “v corta” y “s”.
–Disculpame pero no estás
anotado… de todas maneras pasá igual.
Nicolás estuvo rápido e indicó el apellido de una persona
que seguro estaría en la lista.
–García.
–¿Y el nombre?
–Alberto.
–Muy bien, adelante Alberto.
Uno a uno fue ingresando. Los últimos que quedaban eran
Zacarías, Joaquín y Walter.
Zacarías y Joaquín dijeron sus nombres reales a las personas de
la recepción. Dado que estaban ausentes en la lista, comenzó a formarse un pequeño
alboroto en el ingreso. En ese instante se acercaron dos hombres y por detrás
una mujer vomitando prepotencia. Al ver que estos no estaban anotados, comenzó
a aullar: el que no está en la lista no entra. Era una mujer visiblemente
dotada de unos pechos de grandes dimensiones. En lugar de darle el brutal apodo
de Adelaida, estuvieron de acuerdo en llamarla la tetona.
Ante tal avasallamiento Zacarías y Joaquín tuvieron que
separarse de la fila y resignarse a un costado. En ese momento la tetona divisó
la presencia de Walter, y sin tapujos lo señaló y chilló como una loba sedienta
de fluidos corporales: A vos si te conozco, vos sí podés pasar, dale entrá.Walter
entró caminando lentamente, casi con vergüenza por la escena que estaba
presenciando. Dos de sus amigos no pudieron si quiera asomar un pie en el
lugar, y a él lo hacían entrar inmediatamente sin pretextos.
Ser rubio y tener ojos claros te brinda beneficios muchas
veces impensables, fue lo que pensó Joaquín al ver lo que acababa de ocurrir.
Atiborrado de bronca Alan se paró al lado de la tetona y
cruzándose de brazos comenzó a decir: yo tampoco estoy en la lista y sin
embargo pude entrar sin dificultades. Esto hizo enardecer mucho más a la
tetona. Por lo que hizo llamar a uno de sus guardas y le pidió que le retirasen
la pulsera que Alan tenía puesta. Esta pulsera había sido dada en el ingreso. A
lo que Alan dijo, no hace falta, me la saco yo mismo. Tomá, acá la tenés.
Lo peor de todo era que la persona de seguridad había visto
cientos de veces ingresar a Alan en la empresa. Pero en esta ocasión hacía la
vista gorda.
Los tres rezagados tuvieron que alejarse unos metros de la
entrada, a la vista de todos los que estaban ingresando. Fueron tratados como
tres pordioseros que buscaban meterse en una propiedad privada.
–¿Te fijas si hay alguien que
pueda hacernos entrar? –Fue lo que Alan le indicó a Walter por celular.
–Estoy en eso. Dejame que busco a
alguien de peso para que resuelva este quilombo.
Se ilusionaron al ver a Walter acercándose con Matías, uno
de los gerentes del área de sistemas. Desde lejos veían cómo la tetona con
aires de superioridad prepoteaba a Matías, y éste se dejaba intimidar.Finalmente,
el de mayor cargo, sólo atinó a encogerse de hombros y simplemente decir, sí,
tenés razón.
Rendidos y sin esperanzas, agacharon la cabeza y se fueron mascullando
inútiles insultos.El resto del grupo de amigos estaba adentro buscando la forma
de que pudieran entrar. Pero cada intento fue inútil para lograrlo.
–Tengo una bronca bárbara viejo,
nunca en mi vida me pasó algo así.
–Ya está, vámonos a otro lado.
–Es cierto, la noche recién
empieza. No nos vamos a amargar por esto.
–Armaría bardo en este mismo
momento, pero no tiene sentido porque el lunes hay que volver al laburo y tal
vez se pudre todo.
Los tres bajaron las escaleras que conducían a la salida, y
cruzaron la calle.Parados en la tierra esperaban al resto de sus amigos.
Zacarías encendió un cigarrillo, fumaba y hablaba por teléfono con Fernando,
quien le decía que entraran, que esta vez los dejarían pasar, que la tetona ya
no estaba en la puerta.
Sin embargo en ese momento Joaquín vio desde enfrente cómo un
petiso se acercaba hacia las personas de seguridad y mirándolos a ellos tres
gesticulaba haciendo entender que esos que estaban parados sobre la tierra no
tenían el ingreso permitido.
Los que estaban adentro salieron de la fiesta masticando
impotencia y sobriedad. Alguien alcanzó a decir, jamás imaginé que saldría de
esta fiesta sin un mínimo rastro de inconsciencia.
Otro comentó: –Les digo la verdad, no se perdieron de nada.
La comida estaba rancia, no había nada para tomar, y las minas, para qué les
voy a contar, ni una sola linda.
Entre todos se cruzaron miradas cómplices y largaron
carcajadas al aire.
Caminaron hasta la entrada principal del Hipódromo, mientras
seguían discutiendo cómo pudo pasar todo, no le encontraban explicación.
Llamaron a dos taxis y emprendieron el regreso a Villa Urquiza.
Fernando retornó a su casa en su auto, y el resto se ubicó en cada uno de los taxis
en el mismo orden en que habían llegado.La idea era ir a un bar a tomar unas
cervezas y a comer algo. Alan indicó un lugar llamado Plan B, lugar que conocía
bien por haber ido muchas veces.
Llegaron al lugar con zozobra, y vieron ante sus narices las
puertas cerradas. ¡Qué clase de bar lleva el nombre de “Plan B” y se da el lujo
de cerrar un viernes por la noche!
–Muchachos no caigamos en un
pesimismo absoluto. Yo conozco un lugar en Colegiales, se llama Alimme. Vamos
para allá que la rompemos. –Dijo Zacarías.
Estuvieron todos de acuerdo en ir a ese sitio. Mario se puso
el casco y subió a su moto. El resto se trasladó en el auto de Zacarías. Casi
llegando al lugar, notaron que todas las luces de la zona estaban apagadas,
toda la cuadra era una oscuridad imperiosa. Siguieron andando por las penumbras
de ese barrio, en la cuadra siguiente precisamente quedaba el bar Alimme. Por
supuesto tenía todas sus luces extintas y la gente parapetada en la puerta sin
poder entrar. Volvieron a mirarse entre todos y largaron risotadas desbordadas.
Alguno llegó a decir: –Esta es la señal de que deberíamos
resignarnos y concluir la noche acá. Ya está muchachos, cada uno a su casa.
–Yo no pienso rendirme, sigamos
buscando otro lugar. –Dijo Alan.
–Está bien, sigamos buscando.
Además tengo tanta hambre que me caigo redondo. –Acotó Joaquín.
Anduvieron recorriendo un par de vueltas más, hasta que
finalmente dieron en el lugar indicado. Un bar de medio pelo, pero con luz,
mesas libres y cerveza fría.
–Te pido dos cervezas. –Soltó
Walter.
–Sólo tengo cerveza Quilmes. –El
mozo del local era un tipo bajito de voz grave.
–No hay drama, a esta altura
podemos tomar cualquier cosa.
–Muy bien, ya se las traigo.
Alan, que podía ver hacia la cocina, comentó: Miren al
cocinero, ese tipo seguro nos pone algo adentro de la comida, tiene una cara
muy extraña.
Cuando el mozo se acercó alcanzando los vasos, dijo:
disculpen que les traiga estos vasos, son los únicos que tengo.
–Es lo de menos, podemos tomar
hasta en vasos de cartón.
En ese momento Walter le pidió al mozo dos pizzas de
muzzarela.
–No me van a creer, acabo de
apagar el horno. Como sólo me pidieron cerveza pensé que no iban a comer. –El
mozo bajito hablaba y sus interlocutores no sabían si hablaba en serio o en
broma.
–¿De verdad apagaste el horno?
–Si, les pido mil disculpas.
Levantando un poco la cabeza Nicolás pudo ver que en la esquina de enfrente había una pizzería y propuso que fueran allí.
–No te calentés, seguro está cerrado.
–O peor aún, lo habrá clausurado Bromatología mientras nosotros estamos hablando.
–No me importa, tengo un hambre que no puedo más. –Era la voz de Walter.– ¿Quién me acompaña a ver si está abierto el lugar?
Se levantó Alan y cruzaron enfrente.
–¿Por qué hay tanta agua en la vereda, Alan?
–No sé, tal vez se rompió un caño.
–Me parece que no, che.
A medida que se fueron acercando, pudieron entender lo que estaba pasando.
–¡Están baldeando la vereda!
–Chicos, ya está cerrado. –Era una persona del local.
Volvieron donde estaban los demás. Precisamente al lado había otro bar y no dudaron en ir allí. Tomaron apresuradamente las cervezas. Mario pidió hacer fondo blanco. Se levantaron, Walter pagó y se fueron al bar de al lado.
–No te calentés, seguro está cerrado.
–O peor aún, lo habrá clausurado Bromatología mientras nosotros estamos hablando.
–No me importa, tengo un hambre que no puedo más. –Era la voz de Walter.– ¿Quién me acompaña a ver si está abierto el lugar?
Se levantó Alan y cruzaron enfrente.
–¿Por qué hay tanta agua en la vereda, Alan?
–No sé, tal vez se rompió un caño.
–Me parece que no, che.
A medida que se fueron acercando, pudieron entender lo que estaba pasando.
–¡Están baldeando la vereda!
–Chicos, ya está cerrado. –Era una persona del local.
Volvieron donde estaban los demás. Precisamente al lado había otro bar y no dudaron en ir allí. Tomaron apresuradamente las cervezas. Mario pidió hacer fondo blanco. Se levantaron, Walter pagó y se fueron al bar de al lado.
Este lugar estaba mejor ambientado que el anterior. Se
sentaron y al instante se acercó una moza un poco rellena. Lo primero que
hicieron fue pedir dos cervezas y dos pizzas. La comida no tardó en llegar y
comieron con fruición. Luego pidieron dos cervezas más y así fue como la noche
fue cambiando de rumbo.
Cansados de tanto yirar, decidieron que ya era hora que cada
uno volviera a su casa. Zacarías llevó primero a Alan, luego acercó a Joaquín, después llevó
a Walter hasta la parada del colectivo 160. Por último acercó a Nicolás que
vivía muy cerca de su casa.
Walter esperó largo rato el colectivo. Era de madrugada.
Cuando pudo subir, supo que le esperaba un largo trecho.Ya cerca de las seis de
la mañana, la lluvia llegó para limpiar todas las impurezas aprisionadas. Apenas
terminó de bajar los pocos escalones que separaban el colectivo de la vereda,
el cielo lanzó con furia gotas cristalinas. Intentó correr, apurarse y llegar a
su casa tal vez sin mojarse demasiado. Corrió a lo largo de cinco cuadras. Pero
el destino no estaba de su lado, se empapó totalmente y fue así como se
desprendió de todo lo negativo. Adiós cansancio, adiós sueño, adiós desventura.
Entró en su casa. Eran las seis y cuarto de la mañana. El sol volvió a salir y
todo volvió a ser como antes.
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