viernes, 6 de junio de 2014

El loco Prieto

Era de noche. Todos los reclusos del penal de Villa Devoto estaban en sus celdas. De repente Prieto fue acorralado por varios presos que lo retuvieron con fuerza y lo golpearon. Acto seguido fue empapado con kerosene y encerrado en su propia celda. Otro preso se acercó y dejó caer un fósforo encendido. Esa noche los gritos y las corridas invadieron todo el lugar. La víctima no murió en ese momento, sufrió varios días hasta que dejó de respirar en una gélida habitación del Hospital del Quemado. Fue un 25 de enero de 1965.

Esos fueron los últimos días de Miguel Alberto Prieto, un personaje que murió como vivió pues llevaba la violencia en sus venas.



Nació el 14 de enero de 1929 en la Ciudad de Buenos Aires. A los once años ya había cometido su primer delito. Además de asaltos también perpetró muchísimos crímenes. No se sabe concretamente la cantidad de gente que mató, pero llegaron a culparlo de unos ochenta crímenes en su larga vida de delincuencia.

Quien lo inició en el mundo del delito fue su hermano mayor, Domingo Cipriano Prieto. Lo hizo ingresar en una banda que se mantuvo en vigencia durante fines de los '50 y principios de los '60. Tiempo después comenzó a robar también a otros delincuentes, lo que se conoce en la jerga como "mejicaneada".

Era sabido que este hombre, que fue líder de una banda de atracadores que robaban botines opulentos, había sido además la cara visible de una organización mafiosa mucho mayor, donde había policías, políticos y funcionarios judiciales. De alguna manera "trabajaba" para ellos, y lo que hacía era compartir los botines a cambio de protección.

El robo que lo llevó a las tapas de todos los diarios de la época ocurrió el 16 de mayo de 1961. “El loco” participó en el asalto a la droguería La Continental, en Buenos Aires. Los ladrones ingresaron a la droguería, redujeron fácilmente a los empleados y clientes y se hicieron del dinero de la caja. Sin necesidad y a sangre fría, Prieto disparó su revólver y dio muerte al joven empleado Miguel Jeystz que cumplía su segundo día de trabajo como vendedor. 

Al ser interrogado sobre la muerte del empleado de la droguería, su versión habría sido sumamente irónica:
-Imagínense, la pistola es celosa. El empleado se movió y yo creí que se me venía encima. Apenas oprimí el gatillo... Yo no tengo la culpa de nada.
Por este asalto fue detenido y trasladado a la cárcel de Devoto. Allí empezó a dar muestras de trastornos mentales – de ahí viene el mote de Loco, que le quedó para siempre-. Fue sometido a un tratamiento psiquiátrico y fue derivado de Devoto al Instituto de Neuropsiquiatría (actualmente el Hospital Ramón Carrillo). De allí le resultó sencillo escapar en agosto del mismo año. Y siguió haciendo de las suyas.

Nuevamente fue capturado en 1963. El loco Prieto no sólo era peligroso por los asaltos y crímenes que cometía, sino que además sabía demasiados secretos de las bandas vinculadas con policías corruptos y podía enviar a la cárcel a muchos de ellos. De hecho, en varias oportunidades amenazó con hablar. Dicen que eso le costó la vida.




Después fue llevado a la Brigada de San Martín y al poco tiempo a la ciudad de La Plata. Allí fue indagado por el juez Garganta, quien lo envió primero a la cárcel de Olmos para luego ser finalmente trasladado a la cárcel de Villa Devoto, donde terminó su carrera.

Todos sospechaban que en cualquier momento “El loco” rompería el silencio y batiría los nombres de todos los que estaban involucrados en aquellos violentos y millonarios asaltos.
Pero nunca llegó a hablar porque no le dieron tiempo. Apareció quemado en su celda. Tenía 37 años. Lo mataron para que guardara silencio y al parecer, el secreto se lo llevó a la tumba.

Esa fue la vida de uno de los criminales más temidos en el mundo del hampa de la Argentina.